En el Día del Bombero Voluntario, repasamos anécdotas de Sergio Fernández y César Gatti, Jefe y Segundo Jefe del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Nueve de Julio.

Cada vez le preguntan por qué decidió ser bombero, Sergio Fernández no sabe qué responder. Es que la pasión por lo que hace no entiende de razones: el sonido de la sirena lo pone en alerta desde que era chiquito y la sentía sonar desde su casa, a la vuelta del cuartel. Cuando cumplió la edad de ingreso de ese momento -16 años- no lo pensó y se anotó para ser Bombero. Desde ese día, cada persona que lo conoce sabe que no importa si hay un nacimiento, cumpleaños o eventualidad: nada va a tener más prioridad que el ruido de la sirena. «La familia ocupa un rol fundamental en la vida de cada Bombero. Cuando mi mujer entró al quirófano porque estaba por nacer mi primer hijo, sonó la sirena y no lo dudé. No sé si hice bien o mal, pero me pudo», cuenta Sergio, que más de cuarenta años después de haber entrado al cuartel por primera vez, se convirtió en el Jefe de Bomberos Voluntarios de Nueve de Julio.

En cada fiesta a la que lo invitan, César Gatti intenta sentarse en la punta de la mesa. Afuera, la moto queda estacionada para el lado que da el cuartel. Si está en la casa, el living se despeja para que pueda agarrar sus cosas y salir corriendo. «A nosotros nos llega el llamado y nos olvidamos de donde estamos. Lo único que te puede complicar es estar lejos, pero todos queremos llegar para subir a la unidad y salir para donde haga falta», explicó unos meses atrás el Segundo Jefe de Bomberos en Bien de Mañana.

Cuando se va, en la familia siempre queda un vacío de preocupación que no se llena hasta que vuelve o hasta que llaman al cuartel para saber si llegó bien del incendio: «Ser familiar de un bombero es orgullo puro», dice Melina, que hace unos días lloró en la calle cuando su papá se encontró con un hombre que le agradeció por haberle salvado la vida al hijo. «Los Bomberos de Nueve de Julio son un grupo, una familia hermosa de compañeros re comprometidos para que el cuartel esté todos los días un poco mejor».

El cuartel de Bomberos -ubicado en la Avenida Vedia- es el refugio de un equipo que hace poco inauguró el gimnasio y mejoró los espacios para estar más cómodos y actualizados. El espacio se sostiene con financiamiento, donaciones, choripaneadas, rifas y con el aporte de los vecinos en la facturación mensual. Sin embargo, aunque puede parecer mucho, nada termina por alcanzar: cada equipamiento que falta o que se rompe, tiene que pagarse en miles de pesos, dólares o euros con los que los Bomberos Voluntarios muchas veces -casi siempre- no cuentan.

«Lo que se ve es la emergencia, pero lo que realmente cuesta es el trabajo que hay detrás para tener todo listo cuando hay un llamado: que las unidades estén limpias, que los equipos estén completos, que los Bomberos tengan la seguridad necesaria para que no les pase nada», explica Fernández.

¡Feliz día y gracias por sus servicios!

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