El Párroco de la Iglesia Catedral Santo Domingo de Guzmán, dijo que volvió a medias, porque tiene un poco su corazón en África: «Hemos establecido una alianza o una hermandad, y de esa manera seguiremos vinculados».
Un mes atrás, Guillermo Gómez llegaba a una parroquia de la diócesis Xai Xai para hacer una misión en el sur de Mozambique. Durante los días que estuvo allí, amaneció a las cinco de la mañana y recorrió aldeas hasta las 17:30 que oscurecía. Según cuenta, «fue un mes muy intenso, de encuentro con distintas situaciones y personas. La realidad siempre supera aquello que uno se puede imaginar, sobre todo de la gente, la realidad de las comunidades cristianas del compromiso con la fe, de la alegría a pesar de ser un pueblo sufrido con pocos medios materiales y careciendo de todo, pero siempre alegres». A pocos días de llegar, Guillermo ya había recibido una gallina como ofrenda de una familia, presenciado una sepultura, entregado viandas en varias aldeas y presenciado en primera persona la fuerza de un pueblo que es alegre a pesar de las adversidades.
«También tuve la posibilidad de encontrarme con el nuncio apostólico, con el embajador de la Santa Sede en ese país, una posibilidad muy amplia en este viaje de conocer distintas miradas de ver la realidad y la realidad eclesial. Nosotros nos movilizábamos de una aldea a otra para celebrar la eucaristía, para rezar juntos, para acompañar a un enfermo o para asistir a un entierro. Para ellos todo eso es motivo de fiesta y agradecimiento: la danza está presente en todos los momentos de la vida, desde que llegábamos en la camioneta a la comunidad. Son muy educados, siempre hay que tomarse el tiempo para el saludo y para celebrar la misa, a ellos no les importa el horario. Allí es importante la acogida, poder contarles como estamos…el tiempo no les interesa demasiado, hay actitudes muy diferentes a las nuestras», indicó.
La tierra de Mozambique no es como la nuestra. A los pobladores les cuesta mucho que crezcan los cultivos en la arena blanda, pero de todos modos, el terreno que sirve se siembra hasta el borde de los caminos con maíz blanco de mandioca y maní. «Durante todo el día se puede ver a la gente encorvada, casi con el rostro en la tierra sembrando con azada de mango corto, eso es gran parte del sustento. Es una vida pobre pero digna, sostenida por muchísimo trabajo».