Rita Fournier se angustiaba cada vez que juntaban el pelo con un escobillón y lo tiraban a la basura en las peluquerías donde trabajaba. Veinte años después, recibe mechones de todo el país que luego se convierten en pelucas oncológicas gratuitas para mujeres y niñas que están atravesando quimioterapias. La historia de una mujer que encontró una profesión de casualidad y terminó creando un proyecto que le devuelve la sonrisa a mujeres y niñas de todo el país.

Escribe Bernardita Castearena

—Gracias a vos no se me van a reír más en la escuela —escucho Rita mientras abrazaba a Morena, la primera nena que se ponía una peluca fabricada por ella. Ahí entendió todo: los defectos que ella había visto en la peluca antes de ajustarla en la cabeza de Morena, no tenían ningún tipo de importancia. Eso que a ella le había costado algunas horas de su día, a esa familia le había devuelto algo de tranquilidad y esperanza para seguir atravesando la quimioterapia de su hija.

Antes de empezar a juntar pelo y a coser pelucas, de tener su propio espacio y de poder vivir de su profesión, Rita Fournier tenía 29 años, se había separado y necesitaba encontrar un trabajo para darle de comer a sus hijos. Como le gustaba «peluquiar» a todo el mundo y el curso duraba pocos meses, decidió estudiar peluquería. «Pelucas Solidarias» nació muchos años después. En 2016, Rita empezó a juntar pelo para acercar a organizaciones, y en 2017 se largó sola. Cinco años después, ya lleva entregadas más de 5400 pelucas en todo el territorio nacional y 29 en otros países.

Lo que parecía un pequeño proyecto solidario, se le fue de las manos y eso repercutió también en su familia: «siempre me pareció hermoso, pero al principio me preocupe: veía que el proyecto crecía demasiado y mi mamá se había encontrado tomada al 100% por eso. Incluso en mi casa había pelucas por todos lados. Con el correr del tiempo pudo organizarse mejor, administrar su energía, y sumar gente al equipo de trabajo, lo que hizo que todo fluyera. Pero mi vieja es amor en todas las dimensiones de su vida. Y siempre dio todo y más por todo el mundo. Nos enseño eso y creo que esto es un ejemplazo», dice Luna, su hija menor.

Hace unos días, salió a la venta una edición especial de la tintura 317 con la foto de Rita y el logo de Pelucas Solidarias. Todo lo recaudado se va a repartir entre instituciones involucradas en la lucha contra el cáncer. Si bien el reconocimiento siempre es bienvenido, ella sabe que cada vez que la convocan de un medio nacional, los días siguientes van a ser un caos: «Nos están entrando no menos de 20 pedidos diarios y eso hace que se nos complique un poco, y que nos preocupe», explicó en Zona Cero. Ahora, el objetivo es conseguir que se promulgue una Ley nacional para que todas las personas que necesiten acceder a una peluca, puedan hacerlo de forma rápida y gratuita con un certificado de quimioterapia.

Volver a encontrarse

Rita tenía las manos en la cabeza de una clienta cuando vio que la puerta se abría. Una señora de pelo canoso con rulos la saludó con confianza. La peluquera no la reconoció.

—¿No te acordás de mi? —le dijo. Rita se emocionó: la mujer había llegado unos meses antes para buscar una peluca, y ahora la quería devolver.

«La peluca es su compañera de lucha, es la que acompaña. A la gente le gusta tenerla en el cabezal de telgopor, le hablan, le ponen nombre, es todo un tema. Cuando terminan, se curan y les crece el pelo, pero muchas me llaman y me dicen ‘Rita yo me voy a quedar la peluca un tiempo más porque tengo miedo de reincidir en la enfermedad’. Otras personas, cuando te las devuelven se ponen a llorar y te dicen ‘¿me prometes Rita que si me pasa algo vos me das otra?’, la persona tiene miedo a volver a caer en la enfermedad y le cuesta soltarla. No es que sean malos o no tengan empatía, simplemente sufrieron mucho y les cuesta devolverla».

En este momento, el proyecto no necesita elementos, sino manos. O dinero para pagar esas manos. A pesar de levantarse de lunes a lunes a las seis de la mañana, las horas del día no alcanzan para que Rita y su equipo puedan registrar pedidos, responder consultas, fabricar pelucas y atender sus puestos de trabajo. «Hay que aprender a donar un poco de tiempo para ayudar a los demás», dice la Fundadora de Pelucas Solidarias Nueve de Julio.

—Mirando para atrás, ¿Qué te genera este proyecto que armaste hace cinco años?

—Es acostarme a la noche y pedir que este cáncer del diablo se termine del todo. Mientras tanto, quiero que sea ley tener una peluca oncológica gratuita. Solamente los que trabajamos con esto sabemos lo duro que es el transitar de la persona y necesitamos que le den importancia, que no esperen a que le toque a algún familiar o amigo para involucrarse, porque nos puede pasar a todos.

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